Mirando estadísticas sobre las profesiones más peligrosas
del mundo, no he encontrado que se incluya en ellas a los políticos, supongo porque
no se asimila el ostentar un cargo político a una profesión, y se considera una
acción altruista que vehiculiza la vocación de servir a la comunidad ya sea desde
un cargo electo o por designación. Si se incluyera, dado el prestigio de “lo
político” en estos momentos, ocuparía sin lugar a duda el primer puesto en
peligrosidad y el último en cuanto a reconocimiento social. Y esto es preocupante,
porque no hay democracia si no hay votos, como tampoco la habría sin políticos,
o sin los poderes básicos de un estado de derecho. A los políticos los
necesitamos, y los queremos honestos por encima de todo, comprometidos y fieles a sus idearios y
programas, y con capacidad de generar liderazgo.
¿Pero que nos encontramos? Pues un panorama totalmente
desolador.
La corrupción lleva años minando la credibilidad de la clase
política española incapaz de resolver de una vez por todas la financiación de
los partidos políticos y sin valentía para limpiar o expulsar de sus filas a
las “manzanas podridas”, lo que los hace a todos iguales ante la opinión
pública: una multitudinaria panda de chorizos.
Y esto no es cierto porque existen políticos “de pata negra”, honestos, que
es lo mínimo que se les puede exigir. Habiéndome dedicado a la política durante
unos años, me siento de alguna forma afectado por el rechazo, la crítica más
feroz y el desprecio que hay en estos momentos en España hacia la mal llamada “clase
política”. Desde la humildad y la
fidelidad a unos principios reivindico que se puede hacer política de otra
forma.
Sorprende, y entristece a la vez, la nula capacidad de
gestión por parte del Gobierno de Mariano Rajoy de una crisis descomunal que se
inicia con unos “sobres” y que nos sabemos muy bien donde acabará. Pero no se
trata solo del PP, la corrupción afecta a la totalidad de los partidos
parlamentarios, y digo todos, porque no creo que sepamos todas las corruptelas
que inundan ayuntamientos, comunidades autónomas u otros organismos. Ni tampoco
parece que haya unanimidad para calificar un acto corrupto. ¿Es o no corrupción
estar sentado en un consejo de administración de una caja de ahorros y llevarla
a la ruina aprobando créditos para amiguetes u operaciones de dudosa
rentabilidad?. Para mí, eso es corrupción que no ignorancia, y lo digo especialmente
por Izquierda Unida que quiere aparecer en esta opereta trágica como la
inmaculada concepción. Aquí no hablamos de cantidad de calidad.
Aunque debe primar siempre la máxima de que “todo el mundo
es inocente hasta que se demuestre lo contrario”, lo cierto es que en este
momento la sensación que tienen la mayoría de los ciudadanos es de “contaminación
total”, no vislumbrándose un horizonte de esperanza que regenere la vida
política en nuestro país. Y esta regeneración no pueden hacerla los que ahora
están. Lisa y llanamente no puede venir de dentro, son demasiadas las
complicidades y los guiños entre partes. Creo que todos los políticos que están
hoy deberían irse a casa, y que una nueva generación debería surgir para
reconducir el bien más preciado: el estado democrático. Esto es imposible
supongo, y que deberá pasar tiempo para que se produzca este lavado y
centrifugado de quienes se han convertido en dueños de lo público, en mostrar
generosidad o malversar con los impuestos de todos, en querer mostrarse como
salvadores nuestros, cuando quien debe redimirse son precisamente ellos.
Como no podía ser de otra forma, estamos dejando en manos de
la justicia esta catarsis nacional sobre la corrupción, con la esperanza que actúe
de forma imparcial y contundente. Pero nuestra implicación como ciudadanos debe
ir más allá del voto, hemos de constituirnos en “voceros” de la regeneración política,
en defensores de un cambio en la estructura y funcionamiento de los partidos políticos,
y en fomentar todos aquellos instrumentos democráticos que refuercen la participación
y la “rendición de cuentas”.
El silencio del Presidente del Gobierno nos implica a todos
y no nos favorece. El “quién calla otorga” está calando en la visión colectiva
de esta grave crisis institucional, que unida a otras, desdibuja cualquier
visión de futuro que queramos componer en este momento.
Este es un blog de gestión y política sanitaria, pero no
puedo mantenerme ajeno a algo que me entristece profundamente y genera en mí, rechazo
a sentirme ciudadano de este país.
Eduard Rius, 19 de julio de 2013
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