viernes, 19 de julio de 2013

Los sobres


Mirando estadísticas sobre las profesiones más peligrosas del mundo, no he encontrado que se incluya en ellas a los políticos, supongo porque no se asimila el ostentar un cargo político a una profesión, y se considera una acción altruista que vehiculiza la vocación de servir a la comunidad ya sea desde un cargo electo o por designación. Si se incluyera, dado el prestigio de “lo político” en estos momentos, ocuparía sin lugar a duda el primer puesto en peligrosidad y el último en cuanto a reconocimiento social. Y esto es preocupante, porque no hay democracia si no hay votos, como tampoco la habría sin políticos, o sin los poderes básicos de un estado de derecho. A los políticos los necesitamos, y los queremos honestos por encima de todo,  comprometidos y fieles a sus idearios y programas, y con capacidad de generar liderazgo.

¿Pero que nos encontramos? Pues un panorama totalmente desolador.

La corrupción lleva años minando la credibilidad de la clase política española incapaz de resolver de una vez por todas la financiación de los partidos políticos y sin valentía para limpiar o expulsar de sus filas a las “manzanas podridas”, lo que los hace a todos iguales ante la opinión pública: una multitudinaria panda de chorizos.  Y esto no es cierto porque existen políticos “de pata negra”, honestos, que es lo mínimo que se les puede exigir. Habiéndome dedicado a la política durante unos años, me siento de alguna forma afectado por el rechazo, la crítica más feroz y el desprecio que hay en estos momentos en España hacia la mal llamada “clase política”.  Desde la humildad y la fidelidad a unos principios reivindico que se puede hacer política de otra forma.

Sorprende, y entristece a la vez, la nula capacidad de gestión por parte del Gobierno de Mariano Rajoy de una crisis descomunal que se inicia con unos “sobres” y que nos sabemos muy bien donde acabará. Pero no se trata solo del PP, la corrupción afecta a la totalidad de los partidos parlamentarios, y digo todos, porque no creo que sepamos todas las corruptelas que inundan ayuntamientos, comunidades autónomas u otros organismos. Ni tampoco parece que haya unanimidad para calificar un acto corrupto. ¿Es o no corrupción estar sentado en un consejo de administración de una caja de ahorros y llevarla a la ruina aprobando créditos para amiguetes u operaciones de dudosa rentabilidad?. Para mí, eso es corrupción que no ignorancia, y lo digo especialmente por Izquierda Unida que quiere aparecer en esta opereta trágica como la inmaculada concepción. Aquí no hablamos de cantidad de calidad.

Aunque debe primar siempre la máxima de que “todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario”, lo cierto es que en este momento la sensación que tienen la mayoría de los ciudadanos es de “contaminación total”, no vislumbrándose un horizonte de esperanza que regenere la vida política en nuestro país. Y esta regeneración no pueden hacerla los que ahora están. Lisa y llanamente no puede venir de dentro, son demasiadas las complicidades y los guiños entre partes. Creo que todos los políticos que están hoy deberían irse a casa, y que una nueva generación debería surgir para reconducir el bien más preciado: el estado democrático. Esto es imposible supongo, y que deberá pasar tiempo para que se produzca este lavado y centrifugado de quienes se han convertido en dueños de lo público, en mostrar generosidad o malversar con los impuestos de todos, en querer mostrarse como salvadores nuestros, cuando quien debe redimirse son precisamente ellos.

Como no podía ser de otra forma, estamos dejando en manos de la justicia esta catarsis nacional sobre la corrupción, con la esperanza que actúe de forma imparcial y contundente. Pero nuestra implicación como ciudadanos debe ir más allá del voto, hemos de constituirnos en “voceros” de la regeneración política, en defensores de un cambio en la estructura y funcionamiento de los partidos políticos, y en fomentar todos aquellos instrumentos democráticos que refuercen la participación y  la “rendición de cuentas”.

El silencio del Presidente del Gobierno nos implica a todos y no nos favorece. El “quién calla otorga” está calando en la visión colectiva de esta grave crisis institucional, que unida a otras, desdibuja cualquier visión de futuro que queramos componer en este momento.

Este es un blog de gestión y política sanitaria, pero no puedo mantenerme ajeno a algo que me entristece profundamente y genera en mí, rechazo a sentirme ciudadano de este país.

Eduard Rius, 19 de julio de 2013

 

 

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